viernes, 18 de septiembre de 2015

Hablando de emociones me pongo "Del revés"







Hablando de emociones me pongo “Del revés”


“Inside out”, “Del revés”, literalmente “de dentro a fuera”... ¿o debería ser "de fuera a dentro"? También sería un buen título porque, para mí, esta película ha constituido un hito en el camino de la educación emocional, al conseguir que el mundo parara y, por una vez, dejara de mirar hacia fuera, para mirar un poco hacia dentro. Estoy segura de que, si la has visto, has empezado a hablar de tu "muñequito de la rabia” o del de tu alegría,…  Me encantaba ir por el metro y ver los carteles de promoción, donde aparecían los diferentes personajes de la película, y al lado la foto de una persona expresando la emoción que representan. Y eso, al fin y al cabo, es inteligencia emocional: identificar sensaciones, poner nombre a lo que sentimos, distinguir una emoción de otra… En otras palabras, tener consciencia sobre las emociones para poder “relacionarnos” con ellas de una manera saludable para nosotros.

Estaba deseando ver la película y confieso que he ido dos veces a verla. La primera vez que la vi sentí que necesitaba repetir para poder extraer la mayor parte posible de su riqueza. Aunque sea una película de animación, el contenido no se ha tratado en absoluto de una manera simplificada. Es más, habría que aplaudir la capacidad del director y de los guionistas para abarcar tantas cuestiones sobre la psique humana y las relaciones entre ellas. Es cierto que ha podido quedar pendiente profundizar en muchos aspectos y que algunos se han mostrado de una manera sencilla, pero no podemos olvidar que se está tratando de explicar algo muy complejo, a lo que se ha dedicado siglos de estudio, y sobre lo que existen diferentes teorías, en ¡94 minutos! Y encima de una manera apta para todos los públicos. Hace poco leí una crítica que, en mi opinión, resume esta virtuosidad de la que estoy hablando. Decía que “es una película densa y conceptual de una ligereza que alegra el día” (Sergi Sánchez).

Por todo ello, mi intención aquí es compartir mi vivencia como espectadora y terapeuta y, en la medida de lo posible, aportar mi granito de arena. Resaltaré aquellos aspectos que para mí han sido clave y, a su vez, llamaré la atención sobre aquellos que han podido pasar más desapercibidos, y que estimo igualmente relevantes.

Desde que se estrenó, he esperado para escribir este post con el fin de dar tiempo a que la película se conociera pero, si aún no la has visto, me gustaría avisarte de que quizá mis reflexiones sean un spoiler. Te animo a que primero la veas y, de paso, saques tus propias conclusiones.

Como ya he comentado, el gran éxito de la película, para mí, ha sido poder ver a un grupo de amigos o familiares hablando sobre emociones al salir del cine (de lo que han entendido y no han entendido, de los contenidos con los que se han sentido identificados, etc.), e incluso intentando dar respuestas a las preguntas de sus hijos o sobrinos. Fue emocionante porque… ¿cuántas veces sucede eso? ¿Solemos hablar de emociones habitualmente? ¿Lo hacemos con naturalidad?



La película relata un duelo y, efectivamente, los duelos tienen mucho componente emocional. Suelen estar asociados a fallecimientos, pero significan mucho más. Hacen referencia a cualquier tipo de pérdida: de un lugar, de un objeto muy preciado, e incluso de una etapa. Y ésta es precisamente la pérdida de Riley, la protagonista: una etapa de su vida, con las pérdidas que, a su vez, eso conlleva (casa, colegio, amigos,…).

En los duelos, la emoción por excelencia es la tristeza. Su función es elaborar el vacío que sentimos ante la pérdida y, así, estar preparados para abrirnos a nuevas experiencias, a nuevas relaciones, a nuevos lugares... Sin embargo, la tristeza no es la única emoción que sentimos cuando estamos atravesando un duelo. Es bastante probable que sintamos rabia. La rabia es la emoción que experimentamos ante las injusticias, agresiones o frustración (por ejemplo, en el caso de Riley, podría existir enfado hacia los padres por haber decidido trasladarse de ciudad y,  seguramente, también se frustrara al ver su nueva casa, o al no tener sus cosas). Por último, además de la rabia y la tristeza, también podemos sentir miedo. Esta emoción está presente en los duelos cuando nos preguntamos cosas tales como “¿Qué va a ser de mí?” “¿Podré superar esto?” “¿Cómo será mi vida a partir de ahora?” Quizá Riley se preguntara, por ejemplo, si sus nuevos compañeros la aceptarían, o si podría volver a tener amigos. Hablando del miedo en los duelos, considero que uno de los temas pendientes de la película es profundizar en esta emoción, trascendiendo su función lógica de protección ante los peligros, para llegar a su dimensión más profunda y existencial.

A veces, los seres humanos tendemos a bloquear o reprimir algunas emociones. Esto ocurre porque a lo largo de nuestra vida hemos ido aprendiendo que esas emociones "no son buenas", o "no son correctas", o "no se deben sentir", o incluso "otras personas tienen mucho miedo cuando yo las siento". Ante eso, es mejor sentir otra emoción que "sí es buena", o "correcta", o "no da tanto miedo". ¿Alguna vez has oído eso de "los niños no lloran"?  

Cuando una emoción se bloquea o reprime, toma protagonismo otra (u otras). Lo que sucede es que su expresión no es coherente con lo que realmente se necesita, por lo que no es posible elaborarlo ni atenderlo de manera adecuada. Por ejemplo, si los niños no 
pueden llorar pero sí enfadarse (y mostrar fuerza), cada vez que estén ante algo que les movilice tristeza, automáticamente se enfadarán. Esto se conoce, en Análisis Transaccional, como "emociones prohibidas" y "emociones permitidas".  En la película, Tristeza apenas se ha expresado en la vida de Riley. Alegría está al mando y no la deja intervenir "porque Riley no puede estar triste, es algo malo para ella". Lo que ocurre es que, ante la pérdida, la protagonista necesitaba llorar, acoger su vacío… y hasta que no pudo expresarlo, no consiguió ir elaborando el duelo y abrirse a la nueva etapa. La tristeza era necesaria.


La tristeza era necesaria. Sin duda el gran mensaje de la película. Vivimos en una sociedad donde solemos huir del dolor y de las emociones desagradables. Sin embargo, olvidamos algo fundamental y es que todas son necesarias para vivir. Todas tienen la función de garantizar el bienestar. En el caso de la película, gracias a la expresión de la tristeza, Riley no sólo pudo despedirse de su etapa anterior y abrirse a una nueva, sino también permitirse vivir la experiencia de crecimiento que eso supone. Las emociones no son malas, la clave está en cómo nos relacionemos con ellas. Bloquearlas, no ser conscientes, o instalarnos en ellas son algunas de las cosas que pueden resultar perjudiciales para nosotros.

Otra de las grandes aportaciones de la película es la idea de que las emociones pueden coexisitir, es decir, se pueden estar sintiendo a la vez emociones tan aparentemente contradictorias como alegría y tristeza... Cuando somos niños, nuestras experiencias se viven y comprenden en términos de polariades: bueno/malo, odio/amor, alegría/tristeza… Conforme crecemos, vamos desarrollando (en la medida de lo posible) la capacidad de integración, pudiendo entender aspectos tales como que una misma persona puede hacer buenas y malas acciones, o que se puede querer a alguien y estar enfadado con él al mismo tiempo. En la película, esa integración se representa en Riley durante una experiencia de amor, cuando sus padres le dicen que la comprenden, que ellos también sienten cosas parecidas y la abrazan mientras ella expresa su dolor . ¿Os acordáis que las bolas de los recuerdos empiezan a tener colores mezclados? Riley está sintiendo alegría y tristeza a la vez.


Precisamente es del amor de lo que me gustaría hablar para cerrar este post. Gracias a la vivencia de amor, Riley siente que sus emociones son legítimas. Gracias a ese amor puede ir elaborando el duelo. Gracias a ese amor, puede integrar emociones. Gracias a ese amor Riley puede permitirse ser ella, sin ser juzgada por lo que siente, superar circunstancias dolorosas y crecer. Gracias a ese amor puede quererse a sí misma siendo como es. 

Dada la relevancia que tiene, consideraba que era preciso llamar la atención sobre él de una manera mucho más explícita de lo que en la película se hace. De hecho, hay teorías que lo contemplan como una emoción básica también, junto con las que aparecen en la película. En cualquier caso, sobre todo deseo destacarlo porque, en definitiva, es construyendo ese amor incondicional dentro de nosotros y hacia nosotros como podemos ir reparando nuestras heridas, lograr paz y poder amar incondicionalmente a los demás.



miércoles, 8 de julio de 2015

La magia del verano







La magia del verano


Levantarse a las doce. Quedarse embobado mirando las aspas del ventilador. Dormir con las ventanas abiertas. La luz de las velas. Desayunar viendo la tele. Gente riéndose en la terraza del bar de abajo. Ruido de una guitarra en el parque. Gritar cuando alguien te echa agua. Bajar las persianas a medio día. Las tormentas. Tumbarse a mirar las estrellas. Ver el atardecer. Las cortinas bailando con el aire. Un helado de chocolate. Tirarse a bomba en la piscina. Que la ropa se seque en seguida. Mordisquear un cubito de hielo. Leer una novela. Pasear por la noche. Lucir gafas de sol. Correr porque se acerca una avispa. Desactivar la alarma del despertador. El gazpacho. Quedarse en las puertas de las tiendas porque da el aire acondicionado. Las fiestas de los pueblos. Bañarse a la luz de la luna. Echarse la siesta. Meter la jarra de cerveza en el congelador. Estar relajado. La horchata. Ir a oscuras por la casa. Fotos de pies en la playa. Escuchar tu música favorita. Jugar con los pequeños. Mirar por la ventana a media noche. El granizado de limón. Huir de las medusas. Cenar de día. Flotar en el agua. Dormir destapado. Que te echen protector solar por la espalda. El ruido de los grillos. Jugar con las olas. Contemplar los rayos de sol que entran por los agujeritos de la persiana. Bailar el Paquito el chocolatero. Las conversaciones nocturnas. Recibir noticias de un amigo que se ha ido de viaje. Meter los pies en el agua. El silencio de las tres de la tarde. Que salga volando la sombrilla. Ver películas antiguas. Contemplar las luces de la ciudad. El sonido de un abanico. Madrugar y que haya amanecido. Volver al pueblo. Caminar descalzo por el césped. El café con hielo. Imaginar nuevos proyectos. Que te hagan aguadillas. Ducharse con agua casi fría. Que el aperitivo pase a ser diario. Caminar por la orilla del mar. Las chanclas. Ver los fuegos artificiales. Bucear. Comer sandía. Ponerse un sombrero. Engancharse a la programación de verano. El placer de mojarse la nuca. Descubrir sitios nuevos. Intentar hablar con un guiri. Cerrar los ojos y sentir el olor que te recuerda a tu infancia. Ir al campo. Fregar el suelo y que esté seco al instante. El ruido de los pájaros al amanecer. Hacer castillos en la arena. Asustarse porque un alga se ha enredado en tu pie. Tener más tiempo para estar con las personas que quieres…

… porque el verano también se siente en las pequeñas cosas y TODOS podemos encontrar su magia en ellas… 

Y a ti ¿qué pequeñas cosas te hacen sentir la magia del verano?

Fotografía de Gema S. Nájera       www.lamiradadegema.es



miércoles, 20 de mayo de 2015

Hablando de... EMOCIONES










Hablando de... EMOCIONES


¿Alguna vez has pensado qué sucedería si no sintieras? ¿Cómo serían tus días si no rieras, si no te enfadaras, si no lloraras? ¿Alguna vez has pensado cómo sería mirar un atardecer sin sobrecogerte, o despedirte de alguien a quien quieres sin entristecerte?

Quizá, de entrada, te surgiera pensar que la vida sería más fácil sin emociones pero, si profundizaras un poco más, puede que a veces llegaras a ver una vida gris, incompleta… hasta el punto que dudarías de la posibilidad de hablar de felicidad porque… ¿cómo podrías buscar una solución a un problema si no te incomodara la situación?, ¿cómo serían tus recuerdos sin sentir nada al evocarlos?, ¿cómo vivirías sin amar?


Sí, las emociones forman parte de nuestra vida. Están ahí para garantizarla y favorecerla. Su función es permitir adaptarnos, tanto a lo que sucede a nuestro alrededor (por ejemplo, una mala noticia), como a lo que pasa en nuestro interior (el recuerdo de un ser querido que falleció). Así, el miedo nos permite estar en altera ante un peligro; la alegría, sentirnos valiosos y tener esperanza; el enfado, reaccionar ante una situación que estimamos injusta, etc. Incluso yo iría más allá y diría que las emociones nos hacen evolucionar. Por ejemplo, la tristeza que experimentamos por una pérdida (una ruptura, un despido, un fallecimiento…) nos predispone a un estado de introspección, el cual puede constituir una oportunidad para conectar con nuestros valores y plantearnos el sentido de nuestra existencia. De este modo, podremos continuar viviendo en mayor coherencia con ellos, y recordar de una manera más consciente qué es lo realmente importante para nosotros, y qué nos hace sentir seres humanos plenos y en paz.

En el camino hacia el bienestar, la clave a tener en cuenta, por tanto, no reside tanto en la emoción en sí, sino en cómo es nuestra vivencia de la misma. Ante una pérdida, alguien puede quedarse invadido por la tristeza y no seguir con su vida; reaccionar mediante la ejecución ansiosa de actividades para “no conectar con el dolor”; o vivirlo con paz y serenidad. El curso natural de la emoción pasa por el sentir y por el hacer. Una alteración en dicho proceso, bloqueándonos en cualquiera de las dos fases, es lo que nos puede generar malestar. Son las emociones no sentidas, excesivas o crónicamente retenidas las que nos generan sufrimiento. 

El comienzo de este camino consiste en explorar y tomar conciencia de nuestra “historia 
emocional”, para poder descubrir cómo es nuestro sentir genuino y cómo hemos aprendido a vivir las emociones. Desde esta consciencia es desde donde podremos ir construyendo un poder interior que nos permita vivenciar el curso natural de la emoción y experimentarlo como parte del bienestar, incluso cuando se trate de emociones desagradables. Sucede que, en muchas ocasiones, cuando hablamos de gestión y regulación emocional, muchas personas demandan información sobre estrategias para controlar lo que sienten, como si se tratara de una manera de encontrar recursos “para no sentir” o decidir “cuándo hacerlo”. Es importante no confundir el control con el poder sobre las emociones. Si bien el primero, entendido de la forma en la que lo acabo de plantear, surge desde el miedo y el rechazo a la vivencia de cada uno; el poder implica el desarrollo no sólo de consciencia sobre nuestra manera de sentir, sino también aceptación y respeto. Y esta diferencia es fundamental porque, para mí, siguiendo los planteamientos de Rogers, sólo desde la aceptación y el amor hacia uno mismo, sólo desde ahí... es posible la transformación.

Y como hablar de emociones no es más que el intento utópico de aproximarnos a la magia de lo intangible, no se me ocurre mejor forma de cerrar este escrito que provocando alguna sensación. Y para ello, te propongo escuchar esta canción (dale al play). Una canción que nos recuerda que todo lo que nos da la vida, incluso la risa y el llano, es necesario. Gracias a la vida.