martes, 30 de diciembre de 2014

Con permiso...

Con permiso…


Con permiso me dirijo a ustedes, con permiso después de bastante tiempo… Y es que sí, he estado un poco ausente por aquí, pero ha sido con permiso…

Con permiso de alguien que me quiere, me respeta, me cuida. Alguien que me deja fallar, que me da eternas oportunidades, como veces un padre suelta al bebé que está aprendiendo a caminar. Alguien que sabe lo importante que es para mí valorar el tiempo, atender mis ritmos. El funámbulo que suda cada gota del equilibrio entre trabajo, familia, amigos y uno mismo. Alguien que conoce mis defectos y me ama aún más por ellos. Que conoce mis límites y los valora como fronteras que protegen un lugar paradisíaco. Alguien que se queda en vela por mí, que también está aprendiendo… Alguien... Simplemente… YO

He tenido permiso para no forzarme hasta la extenuación, escribir cuando mi corazón y mis manos me lo han pedido, y dedicar mi tiempo de descanso precisamente a eso: DESCANSAR. El permiso de descansar. Un logro, una conquista. Así y sólo así, se incorpora el permiso de trabajar, tan sólo por el simple hecho de contar con un antagónico que le dé pleno significado.

Pero esos permisos emergen cuando se incorpora uno aún más profundo. Esencia. Raíz. Permiso para vivir.

Miro a mi alrededor, conozco la intimidad de los seres humanos, y tristemente descubro que, cada vez más, somos presa de un miedo existencial, desde el cual no somos capaces de conectar con el permiso, con el derecho a la vida. Luchamos constantemente por demostrar que “somos válidos” como trabajadores, como padres, como parejas, como amigos… O nos aislamos de eso para protegernos de tal sufrimiento, entrando en una burbuja que intenta engañarnos del dolor de nuestra soledad. No nos perdonamos nuestros errores, no somos dignos de amor. Te persigo, te juzgo, te agredo porque es tal mi maltrato interior que rebosa por mis poros y mancha todo… Y así, como la tinta sobre el agua, esa falta de permiso para la vida se perpetúa, se expande, nos cubre, nos asfixia…

Sin permiso a la vida, buscamos con ansia alguien que la complete, que le dé sentido y nos conecte con alegría interior. Buscamos llenar nuestros bolsillos con mucho dinero, comprarnos el coche más moderno, viajar al lugar más exótico para tener nuestros “chutes de felicidad”. Nos sentimos mal cuando nos ayudan, si alguien nos hace un favor. Y luego, cuando nos damos cuenta de todo esto, no nos perdonamos ansiarlo y depender de ello, cuando paradójicamente el permiso a la vida implica aceptar nuestra condición de seres imperfectos con grandes necesidades.

Quizá el permiso nos asuste. Nos inunde la incertidumbre y el pensamiento castatrofista encargado de boicotearlo. Miedo a qué pasará. A que alguien nos haga daño porque su permiso es lo más importante. Miedo a hacer daño, porque nuestro permiso es lo más importante. Miedo… miedo… miedo… Olvidándonos de que el permiso es la madre que acuna el temor cuando llora. El permiso realmente ES cuando surge desde el amor. Y sólo desde el amor podemos mirarnos y mirar al otro.

Por eso, para este nuevo año que está a punto de comenzar, os deseo todo ese amor que construye el permiso para la vida y que suponga ánimo para seguir aún cuando sentimos que no tenemos nada. Permiso para disfrutar de las cosas que son un regalo y a la vez esencia de vida: un atardecer, la alegría de tu perro cuando llegas a casa, un paseo en una noche de verano, una sonrisa de alguien que te deja pasar, la música del violinista de la calle Preciados, el “¿te echo más?” de tu abuela, jugar al escondite con tu sobrino. Permiso para sonreír, para llorar, para ser. Para darnos al resto el regalo de un mundo que es porque estás tú.




Fotografía de bebé cedida por el fotógrafo Javier Ales, del grupo fotográfico 3dfoto:
www.jagfotografia.es
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