lunes, 11 de noviembre de 2013

Cuentos no contados




Cuentos no contados


Ésta no es una historia cualquiera pero es una historia jamás contada… Y como aquellas cosas que quedan guardadas en el "cajón del olvido" merece al menos que, por una vez, sea mostrada al mundo de la mano de una segunda oportunidad.

Marie era la segunda de cuatro hermanos. Tuvo la suerte de nacer en una familia de clase alta. Contaba con los mejores vestidos, los mejores juguetes, la mejor comida en la mesa… Sin embargo… le faltaba algo muy importante… 


Marie se miraba al espejo y no se veía. Fijaba la vista para conseguir vislumbrar su imagen… pero era imposible. Cada noche se acostaba triste sin saber cómo era, llegando a pensar incluso que era esa mancha gris que se reflejaba en el cristal. Ansiaba conocer el color de su pelo, la forma su sonrisa, el brillo de su piel,…  A la mañana siguiente, con la esperanza renovada, saltaba de la cama y corría al espejo. Cuál era su decepción al ver tristemente el mismo resultado. Marie estaba desesperada hasta que una noche tuvo una idea. Descubriría cómo era a través de lo que le transmitieran los demás. Y así, esperanzada por su hallazgo, empezó a prestar una minuciosa atención a cada uno de los gestos y palabras de su familia.


Su papá, Pierre, apenas estaba en casa. Era un hombre de negocios, trabajaba y viajaba constantemente. Marie intentó acercarse a él, que le contara cosas sobre ella… pero éste siempre “estaba muy ocupado como para jugar a esas tonterías”. Sus hermanas menores, las gemelas, apenas sabían balbucear aún. Por tanto, Marie decidió que su mamá y su hermano mayor serían sus “espejos”. Había comenzado su hazaña. 


Con su hermano no tuvo mucha suerte. Cada vez que iba a jugar con él, éste se burlaba de ella, se reía y la empujaba. A veces se ponía tan agresivo que Marie se asustaba mucho, se quedaba paralizada, como un bloque de hielo… “¿Cómo debo ser para que me pegue de esa forma tan cruel?” Seguramente, una niña horrible…


Marie entonces empezó a pasar todo el tiempo con su mamá. Anne era una mujer de férrea disciplina, empeñada en hacer de sus hijos “hombres y mujeres de bien”. Marie nunca recibía sonrisas de Anne. "¿Sería una niña muy fea?" Si hacía bien las tareas que le encomendaba o repetía lo que su mamá hacía, observaba en ella un gesto asentimiento, similar a un indulto, que ocultaba una pequeña mueca con forma de satisfacción. Su mamá sí que era guapa y sabía hacer las cosas bien. Marie quería ser como ella, tener sus ojos, su pelo, su elegancia,… Así que cada día empezó a imitarla más y más, dándose cuenta de que cuánto más lo hacía, Anne más la miraba.


Curiosamente, sucedió algo extraño. Como envuelta en un hechizo, Marie se convirtió en el espejo de mamá y fue olvidando lo que ella buscaba: su propio reflejo. Conforme pasaban los días, los meses, los años… cada vez se miraba menos en el espejo... hasta que dejó de hacerlo… 


El día que Anne murió, Marie sintió que algo en su interior también lo hacía. Se sintió perdida, vacía, desorientada… Había perdido la imagen que reflejar ¿Qué podía hacer ahora? ¡La necesitaba! ¡Sin ella no podía vivir! Sin esa imagen, ella era sólo aquella niña a quien su hermano pegaba o su padre despreciaba. ¡Necesitaba recuperar esa imagen! Con ella se sentía viva. Tras mucho pensar cómo hacerlo, descubrió que la única forma de lograrlo era viéndola reflejada en los demás. Consiguió encontrar esa belleza, esa manera perfecta de hacer las cosas en los halagos que los demás la proferían al seguir imitando a su madre. Siguió sus pasos, se convirtió en una mujer elegante, regia y disciplinada. Se casó con un hombre de alta cuna, el Sr. Tremaine, y tuvo dos hijas. Todo el mundo la admiraba y eso le daba mucha tranquilidad. Todo estaba bien. Sin embargo, el destino le tenía preparada una sorpresa… 


A los pocos años de tener a su segunda hija, su marido murió en un fatal accidente. Marie se quedó sola con sus hijas y arruinada, al descubrir que éste había malgastado todo su dinero en un juego de cartas… Un capricho del azar hizo que su vida perdiera sentido en una sola baza. Toda la gente de su alrededor, aquellos que la admiraban y halagaban, se marcharon de su lado. Incluso llegó a ser el hazmerreir en muchas reuniones de la alta sociedad. Marie entró en cólera… “¡Nadie se burla de Lady Tremaine!” Se prometió a sí misma que jamás le volverían a arrebatar lo que es suyo. Empezó a buscar desesperadamente marido y, por fin, con el tiempo, se volvió a casar. Encontró un hombre de buena familia, con tierras y patrimonio. Un hombre viudo que también tenía una hija. Pero eso daba igual, volvería a tener nombre, clase, poderío, fortuna, halagos e incluso el miedo de la gente de su alrededor. Volvería a tener la imagen de Anne.


Lo que no sabía Lady Tremaine es que pasados los años, la hija de su marido, una niña que llevaba por nombre Cenicienta, sin saberlo, le arrebataría esa imagen para siempre…




El resto de la historia ya la conocen pero lo que no saben es que, cuando Cenicienta se casó con el Príncipe, Lady Tremaine, presa de la desesperación, mandó construir, asesorada por una amiga -la madrastra de una tal Blancanieves-, una habitación llena de espejos. Y allí pasó el resto de sus días, despertándose cada mañana con la esperanza de que esa vez no vería una mancha gris… Nadie sabe si lo consiguió...


Y como todas las historias, ésta también tiene una moraleja. Sin embargo, no la voy a contar... Te invito a que seas tú el que reflexiones sobre lo que esta historia te transmite ya que eso es... lo verdaderamente importante.


REFERENCIAS:

Imágenes cedidas por la fotógrafa Gema Sánchez Nájera "La mirada de Gema":