miércoles, 25 de junio de 2014

Finales de cuento


Finales de cuento

¡Cómo nos gustaban los finales de los cuentos! Leemos esas historias ahora, siendo adultos y, como por arte de magia, nos trasladamos a nuestra habitación llena de juguetes y nos visualizamos con nuestro atuendo de un niño de ¿cuántos? ¿Cuatro o cinco años? Nos encantaba ver cómo Cenicienta se ponía su zapato de cristal y podía así caminar hacia un destino feliz lejos de su madrastra y hermanastras. Disfrutábamos viendo cómo el Patito Feo se convertía en un hermoso cisne y era admirado por todos aquellos que antes lo denostaron. O cómo el príncipe sacaba a Blancanieves de su sueño eterno gracias a un beso. Nos encantaba que al final ganaran los buenos. Que la princesa fuera salvada o que al final se hiciera justicia. Nos hacía sentir que, a pesar de la situación difícil que el protagonista estaba viviendo, sucedería algo que haría cambiar las cosas. Algo mágico…

Un acontecimiento reseñable desde la Psicología Humanista y, en concreto, desde el Análisis Transaccional, es la incorporación que hacemos de esta fantasía “mágica” a nuestras vidas. Como si un resquicio de esas “historias de niños” realmente conformara nuestro propio camino.

Según esta teoría, desde que nacemos vamos “escribiendo” el guion de lo que será nuestra vida. Cuando somos bebés, además de alimento, necesitamos reconocimiento para existir. Que el otro me transmita que yo existo porque no soy indiferente para él. Y así, vamos observando de qué formas los “mayores” (especialmente, nuestros padres o figuras de apego) nos dan ese mensaje. Qué sutilezas de su comportamiento nos dicen si somos válidos para hacer lo que nos propongamos o no, si merecemos ser felices o no, si podemos disfrutar o no… Estamos muy atentos a todo ello, al fin y al cabo necesitamos conocer quiénes somos y validar el hecho de haber nacido. Y, poco a poco, de esta forma, vamos creando el personaje que mejor se ajusta a todos esos mensajes, algunos explícitos, otros muchos no tanto, para así formar parte, de la mejor manera posible, del entorno en el que hemos nacido. Muchas veces, ese personaje no es un superhéroe, sino un chico tímido al que protegen cada vez que se pone colorado. O una chica rebelde llena de piercing a la que no paran de castigar, siendo esa la única forma de relación con unos padres muy ocupados. O un ejecutivo estresado del que su familia está muy orgullosa porque ha llegado a ser jefe de la empresa. No, no siempre el personaje es un superhéroe, ni su guión el de una historia fácil. Es más, en la mayor parte de las ocasiones, sucede que nuestro guion, la historia que nos creamos de lo que va a ser nuestra vida, no es agradable...

Curiosamente, la de los protagonistas de nuestros cuentos tampoco lo es. ¿O acaso era fácil la vida de una chica que tenía que ser la criada de su malvada madrastra y sus caprichosas hermanastras? ¿O la de un patito del que todos se reían por no ser igual que los demás? ¿O el de una niña a la que su madrastra quiere matar por ser la más bella? Quizá por eso nos resultaron significativos estos personajes. De alguna manera, sintonizamos con alguno de ellos, lo convertimos en nuestro favorito, y su historia en la que más nos gustaba leer. Y, sobre todo, nos gustaba porque existía una feliz solución al conflicto que sucedía.

Sin olvidar que el guion lo vamos conformando en nuestra más temprana infancia, no es de extrañar que, como ocurre en los cuentos, uno de los elementos que lo sostiene es la idea de que, al final, sucederá algo que nos liberará de él y del sufrimiento que nos genera. Por ejemplo, que ese chico tímido conocerá a alguien que le querrá y le hará ver lo valioso que es; o que la chica rebelde con piercing finalmente encontrará un trabajo donde su imagen y talento será valorados, y sus padres se darán cuenta de que estaban equivocados con ella; o que el ejecutivo podrá disfrutar de una jubilación llena de viajes y lujos donde encontrará a una mujer maravillosa que le quiera. Sin embargo… ¿qué tienen en común todos estos finales? ¿Qué tienen en común con los finales de cuento? Que mientras mantengamos esa fantasía, no nos haremos responsables de nuestro propio guion de vida. José Luis Martorell, en su libro El guion de vida, sostiene que la “ilusión de libertad defiende de la desesperación y la depresión que puedan surgir al verse presa de un guión” (p. 156) y, a su vez, nos evita hacernos responsables del mismo, ya que algo mágico sucederá y nos liberará del malestar. Nos angustiaría mucho pensar que ese chico tímido no consigue encontrar a nadie que le valore; que la chica rebelde no logra encajar en ningún trabajo; o que el ejecutivo pasa el final de su vida solo… Es demasiado doloroso, aunque puede ser el trágico final de unos guiones tan limitantes… porque ¿qué habría pasado con Cenicienta si no la busca el príncipe; si el patito feo no es un cisne, sino realmente un ave poco agraciada; o si Blancanieves no es rescatada por los enanitos ni besada por el príncipe?

No confundamos esta fantasía con la ilusión. Es maravilloso tener deseos e ilusiones. Es motor de la vida. La clave para diferenciarlas de esta fantasía reside en tomar conciencia de en qué medida está ilusión es precisamente ese motor de vida o, por el contrario, nos sirve para no responsabilizamos de nosotros y de nuestro bienestar.

Tampoco interpretemos la responsabilidad sobre nuestra vida como una idea de autosuficiencia férrea mal entendida, en la que no nos podemos permitir pedir ayuda a los demás (eso también es dañino y limitante). Hay una diferencia abismal entre pedir ayuda y esperar a que alguien "nos salve". En el primer caso,  estamos siendo dueños de nosotros y de buscar nuestro equilibrio... y eso... eso es responsabilidad.

Por eso, porque tenemos derecho a crear nuestra felicidad, me gustaría finalizar este post imaginando cómo habría sido la historia de uno de nuestros personajes de cuento si, en lugar de depender de la llegada de algo o alguien que la salve de su drama (ya que eso puede suceder o no), se hubiera responsabilizado de su vida.

Cenicienta, cada mañana miraba por su ventana y veía un mundo por descubrir y del que disfrutar. Ella tenía derecho a ser feliz, a salir de aquel “encierro” de servidumbre. Así que decidió, poco a poco, ir buscando la forma de lograr ser libre y valerse por sí misma. Cada día que iba al mercado a comprar comida, empezó a hablar con gente nueva, a relacionarse con los demás, a pedirles ayuda. Finalmente, empezó a trabajar en uno de los puestos. Con el dinero que ganaba podía pagarse la habitación en la que vivía. Por fin era libre. Y eso le hacía tan, tan feliz. Después de trabajar, al no tener que servir a nadie, pudo retomar sus estudios y finalmente se convirtió en maestra. Se sentía muy realizada enseñando a los demás, viendo cómo los pequeños iban creciendo en armonía y sabiduría. Se sentía plena. Un buen día, al llegar a la escuela recibió una invitación de palacio… Era para un baile … Y todas las doncellas casaderas habrían de ir… 
  

Todos tenemos derecho no sólo a un final feliz, sino a una historia de vida plena. Y nadie más que uno mismo puede escribirla.

¡Feliz verano!




REFERENCIAS:

Martorell, J.L. (2000). El guión de vida. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, S.A.
Colaboración fotográfica de JAGFotografía www.jagfotografia.es