miércoles, 20 de mayo de 2015

Hablando de... EMOCIONES










Hablando de... EMOCIONES


¿Alguna vez has pensado qué sucedería si no sintieras? ¿Cómo serían tus días si no rieras, si no te enfadaras, si no lloraras? ¿Alguna vez has pensado cómo sería mirar un atardecer sin sobrecogerte, o despedirte de alguien a quien quieres sin entristecerte?

Quizá, de entrada, te surgiera pensar que la vida sería más fácil sin emociones pero, si profundizaras un poco más, puede que a veces llegaras a ver una vida gris, incompleta… hasta el punto que dudarías de la posibilidad de hablar de felicidad porque… ¿cómo podrías buscar una solución a un problema si no te incomodara la situación?, ¿cómo serían tus recuerdos sin sentir nada al evocarlos?, ¿cómo vivirías sin amar?


Sí, las emociones forman parte de nuestra vida. Están ahí para garantizarla y favorecerla. Su función es permitir adaptarnos, tanto a lo que sucede a nuestro alrededor (por ejemplo, una mala noticia), como a lo que pasa en nuestro interior (el recuerdo de un ser querido que falleció). Así, el miedo nos permite estar en altera ante un peligro; la alegría, sentirnos valiosos y tener esperanza; el enfado, reaccionar ante una situación que estimamos injusta, etc. Incluso yo iría más allá y diría que las emociones nos hacen evolucionar. Por ejemplo, la tristeza que experimentamos por una pérdida (una ruptura, un despido, un fallecimiento…) nos predispone a un estado de introspección, el cual puede constituir una oportunidad para conectar con nuestros valores y plantearnos el sentido de nuestra existencia. De este modo, podremos continuar viviendo en mayor coherencia con ellos, y recordar de una manera más consciente qué es lo realmente importante para nosotros, y qué nos hace sentir seres humanos plenos y en paz.

En el camino hacia el bienestar, la clave a tener en cuenta, por tanto, no reside tanto en la emoción en sí, sino en cómo es nuestra vivencia de la misma. Ante una pérdida, alguien puede quedarse invadido por la tristeza y no seguir con su vida; reaccionar mediante la ejecución ansiosa de actividades para “no conectar con el dolor”; o vivirlo con paz y serenidad. El curso natural de la emoción pasa por el sentir y por el hacer. Una alteración en dicho proceso, bloqueándonos en cualquiera de las dos fases, es lo que nos puede generar malestar. Son las emociones no sentidas, excesivas o crónicamente retenidas las que nos generan sufrimiento. 

El comienzo de este camino consiste en explorar y tomar conciencia de nuestra “historia 
emocional”, para poder descubrir cómo es nuestro sentir genuino y cómo hemos aprendido a vivir las emociones. Desde esta consciencia es desde donde podremos ir construyendo un poder interior que nos permita vivenciar el curso natural de la emoción y experimentarlo como parte del bienestar, incluso cuando se trate de emociones desagradables. Sucede que, en muchas ocasiones, cuando hablamos de gestión y regulación emocional, muchas personas demandan información sobre estrategias para controlar lo que sienten, como si se tratara de una manera de encontrar recursos “para no sentir” o decidir “cuándo hacerlo”. Es importante no confundir el control con el poder sobre las emociones. Si bien el primero, entendido de la forma en la que lo acabo de plantear, surge desde el miedo y el rechazo a la vivencia de cada uno; el poder implica el desarrollo no sólo de consciencia sobre nuestra manera de sentir, sino también aceptación y respeto. Y esta diferencia es fundamental porque, para mí, siguiendo los planteamientos de Rogers, sólo desde la aceptación y el amor hacia uno mismo, sólo desde ahí... es posible la transformación.

Y como hablar de emociones no es más que el intento utópico de aproximarnos a la magia de lo intangible, no se me ocurre mejor forma de cerrar este escrito que provocando alguna sensación. Y para ello, te propongo escuchar esta canción (dale al play). Una canción que nos recuerda que todo lo que nos da la vida, incluso la risa y el llano, es necesario. Gracias a la vida.