martes, 30 de diciembre de 2014

Con permiso...

Con permiso…


Con permiso me dirijo a ustedes, con permiso después de bastante tiempo… Y es que sí, he estado un poco ausente por aquí, pero ha sido con permiso…

Con permiso de alguien que me quiere, me respeta, me cuida. Alguien que me deja fallar, que me da eternas oportunidades, como veces un padre suelta al bebé que está aprendiendo a caminar. Alguien que sabe lo importante que es para mí valorar el tiempo, atender mis ritmos. El funámbulo que suda cada gota del equilibrio entre trabajo, familia, amigos y uno mismo. Alguien que conoce mis defectos y me ama aún más por ellos. Que conoce mis límites y los valora como fronteras que protegen un lugar paradisíaco. Alguien que se queda en vela por mí, que también está aprendiendo… Alguien... Simplemente… YO

He tenido permiso para no forzarme hasta la extenuación, escribir cuando mi corazón y mis manos me lo han pedido, y dedicar mi tiempo de descanso precisamente a eso: DESCANSAR. El permiso de descansar. Un logro, una conquista. Así y sólo así, se incorpora el permiso de trabajar, tan sólo por el simple hecho de contar con un antagónico que le dé pleno significado.

Pero esos permisos emergen cuando se incorpora uno aún más profundo. Esencia. Raíz. Permiso para vivir.

Miro a mi alrededor, conozco la intimidad de los seres humanos, y tristemente descubro que, cada vez más, somos presa de un miedo existencial, desde el cual no somos capaces de conectar con el permiso, con el derecho a la vida. Luchamos constantemente por demostrar que “somos válidos” como trabajadores, como padres, como parejas, como amigos… O nos aislamos de eso para protegernos de tal sufrimiento, entrando en una burbuja que intenta engañarnos del dolor de nuestra soledad. No nos perdonamos nuestros errores, no somos dignos de amor. Te persigo, te juzgo, te agredo porque es tal mi maltrato interior que rebosa por mis poros y mancha todo… Y así, como la tinta sobre el agua, esa falta de permiso para la vida se perpetúa, se expande, nos cubre, nos asfixia…

Sin permiso a la vida, buscamos con ansia alguien que la complete, que le dé sentido y nos conecte con alegría interior. Buscamos llenar nuestros bolsillos con mucho dinero, comprarnos el coche más moderno, viajar al lugar más exótico para tener nuestros “chutes de felicidad”. Nos sentimos mal cuando nos ayudan, si alguien nos hace un favor. Y luego, cuando nos damos cuenta de todo esto, no nos perdonamos ansiarlo y depender de ello, cuando paradójicamente el permiso a la vida implica aceptar nuestra condición de seres imperfectos con grandes necesidades.

Quizá el permiso nos asuste. Nos inunde la incertidumbre y el pensamiento castatrofista encargado de boicotearlo. Miedo a qué pasará. A que alguien nos haga daño porque su permiso es lo más importante. Miedo a hacer daño, porque nuestro permiso es lo más importante. Miedo… miedo… miedo… Olvidándonos de que el permiso es la madre que acuna el temor cuando llora. El permiso realmente ES cuando surge desde el amor. Y sólo desde el amor podemos mirarnos y mirar al otro.

Por eso, para este nuevo año que está a punto de comenzar, os deseo todo ese amor que construye el permiso para la vida y que suponga ánimo para seguir aún cuando sentimos que no tenemos nada. Permiso para disfrutar de las cosas que son un regalo y a la vez esencia de vida: un atardecer, la alegría de tu perro cuando llegas a casa, un paseo en una noche de verano, una sonrisa de alguien que te deja pasar, la música del violinista de la calle Preciados, el “¿te echo más?” de tu abuela, jugar al escondite con tu sobrino. Permiso para sonreír, para llorar, para ser. Para darnos al resto el regalo de un mundo que es porque estás tú.




Fotografía de bebé cedida por el fotógrafo Javier Ales, del grupo fotográfico 3dfoto:
www.jagfotografia.es
www.3dfoto.es




lunes, 15 de septiembre de 2014

En relación con...




En relación con…


Los seres humanos estamos continuamente en relación con los demás. Desde que nos levantamos, interactuamos con diferentes personas: nuestra pareja, ese conductor del bus que siempre nos espera cuando vamos corriendo, el compañero de trabajo impertinente, nuestro mejor amigo, el jefe que pide trabajo urgente justo a la hora de salir, nuestros hijos,… En esa relación con los demás, entran en juego muchos elementos que influyen en nuestro estado emocional. Nos comunicamos, nos enfadamos, nos retraemos, nos reconciliamos,… Conocer esos elementos y la manera en que nos afectan resulta clave para lograr unas relaciones saludables, unas relaciones desde y con bienestar.

Somos seres sociales. Entre nuestras necesidades psicológicas básicas, está la de reconocimiento. Todos necesitamos que el otro nos transmita de alguna forma que existimos, que nos tiene en cuenta. Una palabra de ánimo, una mirada de aprobación o un abrazo son formas de expresión de reconocimiento. La expresión más saludable de satisfacción de esta necesidad implica amor y respeto. Sin embargo, no siempre obtenemos cariño, ni nos felicitan por nuestro trabajo, ni nos espera el conductor del bus. Pero, curiosamente, preferimos eso a no obtener ningún tipo de respuesta. Es mejor obtener una mala contestación que no tener ninguna. Cuando alguien me dice que le caigo mal no soy indiferente para esa persona, pero si me ignora ¿existo?

A pesar de que prefiramos un reconocimiento negativo a ninguno, cuando lo experimentamos
nuestras reacciones pueden ser variadas, desde el enfado, hasta la culpa, el bloqueo o incluso el aislamiento (evitar el contacto con los demás). Estas reacciones pueden generarnos sufrimiento. Conocerlas, comprenderlas y aceptarlas son los primeros pasos en el camino de la transformación. Es importante que entendamos qué es lo que nos hace reaccionar así, por qué y para qué lo hacemos. Y así lograr querernos a nosotros mismos incluso, y sobre todo, con aquellos aspectos que menos nos gustan. La clave de una relación saludable con los demás está en comenzar por crear una relación saludable con uno mismo.

Cuando nos relacionamos con el otro, entran en juego, no sólo mis necesidades, mis deseos, mis conflictos sino también las necesidades, deseos y conflictos de la otra persona, de manera que se conjugan una serie de variables sobre las que hay que poner conciencia para que no nos reporten malestar. Uno de los espacios donde podemos comenzar a poner conciencia sobre tales aspectos es en la comunicación.



Según la teoría del Análisis Transaccional, en toda comunicación existen dos niveles: el social y el psicológico. El nivel social está compuesto por los mensajes que emitimos verbalmente; mientras que el nivel psicológico está formado por los mensajes que transmitimos con el lenguaje no verbal (gestos, entonación…). En el nivel psicológico, reside la intención que tenemos en esa comunicación, es decir, qué buscamos con ella (generar confianza, recriminar por algo, caer bien, hacernos respetar, etc.). Gran parte de los problemas de comunicación que existen se deben a una falta de coincidencia entre el nivel social y el psicológico y, sobre todo, a una falta de conciencia sobre de lo que transmitimos en el nivel psicológico. Imaginemos una pareja en la que la mujer le pregunta al marido “¿Qué has hecho con mis calcetines?”, a lo que él responde “Los he puesto en el cajón”. En principio, no tendría que haber conflicto, pero qué podría suceder si en esta conversación sucede lo siguiente:
 
- Mujer (duramente, músculos faciales tensos, frunciendo el ceño): ¿Qué has hecho con mis calcetines?
- Marido (voz temblorosa, actitud defensiva y desafiante): Los he puesto en tu cajón.

Parece que la cosa cambia. Se podría hablar incluso del comienzo de una discusión. Aquí se puede observar cómo lo que se transmite a nivel psicológico se aleja mucho de lo que se dice a nivel social. Por ejemplo, aventurándonos a poner hipótesis, los mensajes a nivel psicológico podrían ser:

- Mujer: (¡Estás siempre desordenando mis cosas!)
- Marido: (¡A mí no me hables en ese tono, encima que hice la colada!).

Por tanto, otro de los pasos en el camino hacia la creación de relaciones saludables consiste en tomar conciencia de tales mensajes, para de este modo, poder atenderlos y no entrar en el juego de conflicto que desencadena. 

Todos tenemos necesidades, experimentamos dificultades de comunicación en algunas ocasiones, y nos hemos visto a veces ante relaciones que no nos reportan bienestar. Por eso, como terapeuta, considero que es fundamental crear un espacio donde abordar este tema, sin más propósito que buscar el camino hacia nuestro bienestar… porque nos merecemos caminar por él. Y con este propósito, he organizado el Taller de Relaciones Saludables junto con mi colega y amiga Rocío Algar, para el próximo octubre. Un espacio donde poder poner luz a aquellos aspectos que nos preocupan o nos inquietan de la relación con los demás, donde poder expresar sin sentirse juzgado, donde poder intercambiar ideas sin más pretensión que el enriquecimiento mutuo, donde poder adquirir herramientas que nos aporten mayor bienestar, donde poder ser NOSOTROS.

Si estás interesado en profundizar en este tema, ponte en contacto con nosotras.


(click aquí para ver más grande)


REFERENCIAS:

Fotografía de "La Mirada de Gema": www.lamiradadegema.es


miércoles, 25 de junio de 2014

Finales de cuento


Finales de cuento

¡Cómo nos gustaban los finales de los cuentos! Leemos esas historias ahora, siendo adultos y, como por arte de magia, nos trasladamos a nuestra habitación llena de juguetes y nos visualizamos con nuestro atuendo de un niño de ¿cuántos? ¿Cuatro o cinco años? Nos encantaba ver cómo Cenicienta se ponía su zapato de cristal y podía así caminar hacia un destino feliz lejos de su madrastra y hermanastras. Disfrutábamos viendo cómo el Patito Feo se convertía en un hermoso cisne y era admirado por todos aquellos que antes lo denostaron. O cómo el príncipe sacaba a Blancanieves de su sueño eterno gracias a un beso. Nos encantaba que al final ganaran los buenos. Que la princesa fuera salvada o que al final se hiciera justicia. Nos hacía sentir que, a pesar de la situación difícil que el protagonista estaba viviendo, sucedería algo que haría cambiar las cosas. Algo mágico…

Un acontecimiento reseñable desde la Psicología Humanista y, en concreto, desde el Análisis Transaccional, es la incorporación que hacemos de esta fantasía “mágica” a nuestras vidas. Como si un resquicio de esas “historias de niños” realmente conformara nuestro propio camino.

Según esta teoría, desde que nacemos vamos “escribiendo” el guion de lo que será nuestra vida. Cuando somos bebés, además de alimento, necesitamos reconocimiento para existir. Que el otro me transmita que yo existo porque no soy indiferente para él. Y así, vamos observando de qué formas los “mayores” (especialmente, nuestros padres o figuras de apego) nos dan ese mensaje. Qué sutilezas de su comportamiento nos dicen si somos válidos para hacer lo que nos propongamos o no, si merecemos ser felices o no, si podemos disfrutar o no… Estamos muy atentos a todo ello, al fin y al cabo necesitamos conocer quiénes somos y validar el hecho de haber nacido. Y, poco a poco, de esta forma, vamos creando el personaje que mejor se ajusta a todos esos mensajes, algunos explícitos, otros muchos no tanto, para así formar parte, de la mejor manera posible, del entorno en el que hemos nacido. Muchas veces, ese personaje no es un superhéroe, sino un chico tímido al que protegen cada vez que se pone colorado. O una chica rebelde llena de piercing a la que no paran de castigar, siendo esa la única forma de relación con unos padres muy ocupados. O un ejecutivo estresado del que su familia está muy orgullosa porque ha llegado a ser jefe de la empresa. No, no siempre el personaje es un superhéroe, ni su guión el de una historia fácil. Es más, en la mayor parte de las ocasiones, sucede que nuestro guion, la historia que nos creamos de lo que va a ser nuestra vida, no es agradable...

Curiosamente, la de los protagonistas de nuestros cuentos tampoco lo es. ¿O acaso era fácil la vida de una chica que tenía que ser la criada de su malvada madrastra y sus caprichosas hermanastras? ¿O la de un patito del que todos se reían por no ser igual que los demás? ¿O el de una niña a la que su madrastra quiere matar por ser la más bella? Quizá por eso nos resultaron significativos estos personajes. De alguna manera, sintonizamos con alguno de ellos, lo convertimos en nuestro favorito, y su historia en la que más nos gustaba leer. Y, sobre todo, nos gustaba porque existía una feliz solución al conflicto que sucedía.

Sin olvidar que el guion lo vamos conformando en nuestra más temprana infancia, no es de extrañar que, como ocurre en los cuentos, uno de los elementos que lo sostiene es la idea de que, al final, sucederá algo que nos liberará de él y del sufrimiento que nos genera. Por ejemplo, que ese chico tímido conocerá a alguien que le querrá y le hará ver lo valioso que es; o que la chica rebelde con piercing finalmente encontrará un trabajo donde su imagen y talento será valorados, y sus padres se darán cuenta de que estaban equivocados con ella; o que el ejecutivo podrá disfrutar de una jubilación llena de viajes y lujos donde encontrará a una mujer maravillosa que le quiera. Sin embargo… ¿qué tienen en común todos estos finales? ¿Qué tienen en común con los finales de cuento? Que mientras mantengamos esa fantasía, no nos haremos responsables de nuestro propio guion de vida. José Luis Martorell, en su libro El guion de vida, sostiene que la “ilusión de libertad defiende de la desesperación y la depresión que puedan surgir al verse presa de un guión” (p. 156) y, a su vez, nos evita hacernos responsables del mismo, ya que algo mágico sucederá y nos liberará del malestar. Nos angustiaría mucho pensar que ese chico tímido no consigue encontrar a nadie que le valore; que la chica rebelde no logra encajar en ningún trabajo; o que el ejecutivo pasa el final de su vida solo… Es demasiado doloroso, aunque puede ser el trágico final de unos guiones tan limitantes… porque ¿qué habría pasado con Cenicienta si no la busca el príncipe; si el patito feo no es un cisne, sino realmente un ave poco agraciada; o si Blancanieves no es rescatada por los enanitos ni besada por el príncipe?

No confundamos esta fantasía con la ilusión. Es maravilloso tener deseos e ilusiones. Es motor de la vida. La clave para diferenciarlas de esta fantasía reside en tomar conciencia de en qué medida está ilusión es precisamente ese motor de vida o, por el contrario, nos sirve para no responsabilizamos de nosotros y de nuestro bienestar.

Tampoco interpretemos la responsabilidad sobre nuestra vida como una idea de autosuficiencia férrea mal entendida, en la que no nos podemos permitir pedir ayuda a los demás (eso también es dañino y limitante). Hay una diferencia abismal entre pedir ayuda y esperar a que alguien "nos salve". En el primer caso,  estamos siendo dueños de nosotros y de buscar nuestro equilibrio... y eso... eso es responsabilidad.

Por eso, porque tenemos derecho a crear nuestra felicidad, me gustaría finalizar este post imaginando cómo habría sido la historia de uno de nuestros personajes de cuento si, en lugar de depender de la llegada de algo o alguien que la salve de su drama (ya que eso puede suceder o no), se hubiera responsabilizado de su vida.

Cenicienta, cada mañana miraba por su ventana y veía un mundo por descubrir y del que disfrutar. Ella tenía derecho a ser feliz, a salir de aquel “encierro” de servidumbre. Así que decidió, poco a poco, ir buscando la forma de lograr ser libre y valerse por sí misma. Cada día que iba al mercado a comprar comida, empezó a hablar con gente nueva, a relacionarse con los demás, a pedirles ayuda. Finalmente, empezó a trabajar en uno de los puestos. Con el dinero que ganaba podía pagarse la habitación en la que vivía. Por fin era libre. Y eso le hacía tan, tan feliz. Después de trabajar, al no tener que servir a nadie, pudo retomar sus estudios y finalmente se convirtió en maestra. Se sentía muy realizada enseñando a los demás, viendo cómo los pequeños iban creciendo en armonía y sabiduría. Se sentía plena. Un buen día, al llegar a la escuela recibió una invitación de palacio… Era para un baile … Y todas las doncellas casaderas habrían de ir… 
  

Todos tenemos derecho no sólo a un final feliz, sino a una historia de vida plena. Y nadie más que uno mismo puede escribirla.

¡Feliz verano!




REFERENCIAS:

Martorell, J.L. (2000). El guión de vida. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, S.A.
Colaboración fotográfica de JAGFotografía www.jagfotografia.es

miércoles, 7 de mayo de 2014

Cuentos no contados III: Sin embargo, feliz...







Sin embargo, feliz...


Ramiro es un hombre de negocios. “Director ejecutivo”, presenta su tarjeta de visita. Cuenta con un equipo de más de 50 personas y su empresa está en expansión. Se casó hace 15 años con Belén, su actual esposa. Tienen tres hijos, una casa y dos coches. También tienen un chalet en la playa. Capricho de Belén. Él no dispone de mucho tiempo para ir allí, sus obligaciones profesionales se lo impiden.

Ramiro lo tiene todo: dinero, éxito, amigos, familia… Se mira cada mañana al espejo y se siente satisfecho. Corren tiempos de crisis y él, no sólo no ha visto empeorada su situación profesional, sino que la ha mejorado notablemente. Su padre estaría muy orgulloso. Ha trabajado muy duro. 

Como cada mañana, Ramiro lee el periódico mientras toma su café con una gota de leche. En la sección de “Curiosidades”, encuentra una noticia con un titular que le llama la atención: Manuel, el hombre más feliz del mundo. Continúa leyendo y descubre que Manuel es un preso de unos 60 años, que lleva más de 10 años en la cárcel. Recientemente, ha publicado un libro donde cuenta su experiencia y habla de él como una persona dichosa. Un prestigiosa universidad se hizo eco de su historia y, tras hacer un estudio, le ha declarado la persona más feliz del mundo.

- Un preso¿Cómo puede ser? -Ramiro no daba crédito. No lo entendía. ¡No entendía nada!- ¡No es justo! Yo merezco ostentar ese puesto, he luchado mucho por llegar a donde estoy- pensó.

Sin saber qué le movió a hacerlo, decidió armarse de valor e ir a visitar a Manuel. Necesitaba conocerle y comprobar que eso que decía la noticia no era cierto. Quería averiguar si realmente, como intuía, era un chalado cuyo afán de protagonismo era el único aliciente de una vida rutinaria y gris entre rejas. Cuando entró por la puerta de la cárcel, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Qué lugar más hostil, lúgubre y triste… Cada vez entendía menos y mayor era la inquietud que le embargaba. Incluso empezaba a estar molesto con todo este tema. Se sentía engañado, estafado. En su pensamiento, acusaba al periódico de publicar noticias sensacionalistas y sin contrastar. Además ¿qué tipo de universidad declaraba algo así? Pondría una queja en cuanto saliera de allí.

Por fin, apareció Manuel. Ramiro vio entrar por la puerta a un hombre sereno, con expresión tranquila, caminar erguido y mirada limpia. Extrañamente, su desasosiego y enfado comenzaron a convertirse en mayor curiosidad por ese hombre. Cuando llegó a la mesa donde le esperaba, Manuel le tendió la mano y le saludó con una voz cálida y acogedora. Ramiro, recobrando su indignación, fue rápidamente al grano: -¿Cómo puedes ser feliz estando aquí?,-le preguntó. El preso se sentó y, sin contestar a la cuestión, lanzó otra pregunta:

-Dime, Ramiro ¿tú eres feliz?

-¡Por supuesto que lo soy! -contestó Ramiro desconcertado y con un enfado que iba en aumento.

-¿Seguirías siéndolo si tu empresa se arruinara, si tu mujer falleciera, si tus hijos se olvidaran de ti haciendo su vida? ¿Seguirías siéndolo si tuvieras que pedir para comer y vivir en la calle, terminando incluso en la cárcel?

-No, claro que no. ¡Eso es horrible!

-Entonces, ahí tienes la respuesta a tu pregunta, Ramiro.

-¿Cómo? ¡No entiendo!

-Tu felicidad depende de muchas cosas. No existe como un estado de paz contigo mismo, de desprendimiento y conexión con lo más profundo de ti. Eres preso de todo lo que tienes. De que todo eso exista y se mantenga para ser feliz. Lo necesitas. Me preguntas cómo puedo ser feliz estando en la cárcel. Y la respuesta es: porque, a diferencia de ti,... YO SOY LIBRE.




REFERENCIA:

Fotografía de atardecer cedida por el fotógrafo Javier Ales www.jagfotografia.es   





miércoles, 9 de abril de 2014

Lágrimas que riegan el alma





Lágrimas que riegan el alma


Ya ha llegado la primavera. La Naturaleza danza en un baile de colores, aromas, brillos… Se transforma, muestra toda su belleza. La admiramos y la disfrutamos... la estábamos esperando. Pero la Naturaleza también son hojas que se caen, árboles desnudos, plantas sin flores, ramas secas, campos amarillos… Eso también es Naturaleza.


Hace poco paseaba por un parque y empecé a reflexionar sobre las fases de la vegetación. Cómo “muere” para renacer pero, sobre todo, cómo esa muerte es necesaria para resurgir con esplendor. De repente, vino a mi mente la idea de que quizá nuestros ciclos vitales, nuestras crisis, nuestras “muertes” a lo largo de la vida tengan la misma función que el invierno en la Naturaleza: regar nuestra alma para que renazca florecida.


Me pregunto ¿qué pasaría si la humanidad no experimentara el dolor emocional, si estuviera en una situación de bienestar constante? No tengo una respuesta científica pero sí una teoría que contrasto, no sólo con mi propia experiencia personal, sino cada vez que acompaño en su proceso a las personas que llegan a consulta. El dolor tiene la función de movilizarnos hacia el desarrollo. “Dolor” y “duelo” tienen la misma raíz etimológica, por lo que podríamos pensar que realmente se trata del proceso de pérdida de una situación para encaminarnos a otra. Pero yo iría más allá… y es que en un proceso doloroso no sólo tenemos tendencia a buscar recuperar nuestra condición anterior, sino que la propia experiencia dolorosa puede llevarnos a un estado de mayor iluminación y consciencia.


Llegados a este punto, cabría añadir un poco más de complejidad al asunto. ¿Qué sucede con el sufrimiento? Psicológicamente, existe una diferencia entre dolor y sufrimiento. Una distinción, para mí muy clara, es la que se realiza en este artículo, donde se considera que “el dolor nos remite a una vivencia anclada en algún tipo de sensación concreta e identificable […] que está ocurriendo en un espacio concreto, el cuerpo, y durante un tiempo determinado. El dolor, si atendemos a esa acepción, nos remite al presente”. Respecto al sufrimiento, señala que “se nutre y ubica en el lugar contrario: un tiempo y un espacio distintos del momento presente […]. Sufrimos por lo que ocurrió o por lo que creemos que ocurrirá, o bien por lo que creemos que está aconteciendo. […] Es el producto de una construcción mental, de una interpretación. Como decía Buda: el sufrimiento no es real”. Por tanto, se puede intuir que mientras el dolor si encaja en la idea de funcionalidad y evolución, el sufrimiento está muy alejado de la misma… 


No sé por qué, siento cierta inquietud con esta conclusión. ¿Acaso hay alguien que no haya sufrido alguna vez, que haya experimentado un dolor prolongado por algo que sucedió en pasado, por ejemplo? ¿Qué nos lleva a sufrir? ¿Forma parte de la condición humana? De nuevo, no puedo aportar más que otra teoría personal. Al hacerlo, quiero romper una lanza por el sufrimiento. Atenderlo y entenderlo. Quizá sea una construcción mental pero creo que hay algo, en un nivel más profundo, que nos lleva a generarlo. Quizá sea algo que se encuentra en el inconsciente colectivo de la humanidad. Quizá sea una angustia existencial anclada en el hombre en el mismo momento en que es consciente de su existencia y busca comprenderla. Quizá el sufrimiento se calme en la medida que esa angustia se transforme en sentido existencial. Quizá tan sólo necesitamos darnos permiso para existir...


Parece que la gran diferencia entre dolor y sufrimiento es que, mientras el primero es ineludible, el segundo puede darse en mayor o menor medida (y llegar a no darse?). Alejandro Jodorowsky dijo que "el dolor es un aspecto inevitable de nuestra existencia mientras que el sufrimiento depende de nuestra reacción frente a ese dolor". Todo estribará en el nivel de conexión con la angustia existencial que sintamos y de los recursos de los que dispongamos para integrar el sentido de la existencia, los cuales tienen mucho que ver con nuestra experiencia vital. El camino es lograr que esas lágrimas únicamente rieguen... sin ahogar.


Sé que todo lo que aporto aquí son conjeturas, algunas de ellas bastante abstractas y complejas, por lo que continuaré profundizando estas ideas más adelante. Mi intención tan sólo ha sido empezar a reflexionar e intentar dar un poco de luz a algo tan humano como el dolor y el sufrimiento para, así, darnos el permiso de trascenderlos y... FLORECER.






REFERENCIAS: