"... Y en el adiós ya estaba la bienvenida"
El adiós es uno de los actos que
más nos cuesta en nuestra vida. Implica pérdida, separación, dejar atrás algo o
a alguien… Por tanto, está unido a un proceso de duelo. Un reajuste hacia esa
nueva “etapa sin…”. En él, pasamos por diferentes fases y emociones. El
desconcierto, la negación, la tristeza, la rabia, el miedo, la angustia,…
En ocasiones, este proceso puede asustarnos por su intensidad. Otras veces, no lo
vivimos hasta mucho tiempo después. No obstante, es un camino inevitable… pero
también un
camino con un final. Este final pasa por agradecer a aquello de lo que nos estamos
despidiendo todo lo que nos ha aportado, y decir un adiós que realmente
implique poder mirar hacia el futuro.
Vivimos pérdidas
constantemente. Algunas insignificantes como, por ejemplo, aquel jarrón que
rompiste el otro día, o el cierre de esa fiesta en la que tanto disfrutaste. Y
lo más curioso de todo es que algunas pérdidas sí que estamos deseando
vivirlas. Por ejemplo, el final de año. Siempre por estas fechas escucho frases del tipo “a ver si se
acaba ya este maldito año” o “qué ganas de que llegue el año nuevo a ver si
trae aire fresco”… Parece como si nos apegáramos al futuro con la fantasía de que nos dará
algo mejor… para volver tristemente a terminar el siguiente año con la misma
sensación…
Quizá sea bueno
empezar a romper
un poco de esta dinámica. Romperla pasa por realizar un ejercicio de toma de
responsabilidad sobre nuestras vidas, nuestras elecciones y nuestra decisión
sobre cómo vivir las cosas que nos sucedan. Será un trabajo de despedida, un
trabajo de duelo muy especial.
El primer paso
consistirá en tomar conciencia de cómo hemos vivido el año que acaba, más allá de cómo éste
ha sido. Las circunstancias pueden ser similares para muchas personas y, sin
embargo, la manera de vivirlas muy diferente. Por otro lado, te animo a que no
sesgues tu percepción de la realidad, sino que también lleves tu atención a las buenas
vivencias que hayas tenido en este año. Quizá al principio te resulte
complicado, sólo da permiso a tu mirada para que los vea.
Por tanto, cierra los
ojos, relájate y, como si vieras una película, obsérvate a lo largo del 2013.
Remóntate a la primera etapa del año, el invierno. Qué cosas sucedieron y cómo
las sentiste. Avanza a la primavera, al verano hasta llegar de nuevo al otoño.
Obsérvate en todo el recorrido del año. Cómo estabas. Qué decisiones tomaste.
Qué has aprendido. Dónde estabas al comienzo y dónde estás ahora.
Céntrate ahora en
aquello a lo que dices adiós. Aquello que no quieres llevar contigo en el 2014. Aquello que,
aunque pueda estar, no lo hará de la misma forma porque has decidido que así
sea. Por último, enfoca tu atención en aquello que sí quieras llevar contigo, tus
logros y aprendizajes. Tu crecimiento, tu movimiento... Estate muy atento, porque
existen. Siempre existen.
Por último, piensa en tus propósitos. Observa si estás
siendo muy exigente contigo al definirlos; qué ocurre si no los cumples; si
están en coherencia con lo más profundo de ti; y si te dan alegría interior.
Que tus deseos no sean otra forma de oprimirte, sino de estar en el mundo.
Y desde ahí, desde la
toma de consciencia de tus logros, de tu crecimiento, de tu ilusión y de tu
responsabilidad, con un gran respeto, di adiós a la persona que vivió el 2013 y
hola a la que va a vivir el 2014.
¡Felices 365 nuevas oportunidades!
"Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida" Mario Benedetti.
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