Finales de cuento
¡Cómo nos gustaban los finales de
los cuentos! Leemos esas historias ahora, siendo adultos y, como por arte de magia, nos
trasladamos a nuestra habitación llena de juguetes y nos visualizamos con
nuestro atuendo de un niño de ¿cuántos? ¿Cuatro o cinco años? Nos encantaba ver
cómo Cenicienta se ponía su zapato de cristal y podía así caminar hacia un
destino feliz lejos de su madrastra y hermanastras. Disfrutábamos viendo cómo
el Patito Feo se convertía en un hermoso cisne y era admirado por todos
aquellos que antes lo denostaron. O cómo el príncipe sacaba a Blancanieves de
su sueño eterno gracias a un beso. Nos encantaba que al final ganaran los
buenos. Que la princesa fuera salvada o que al final se hiciera justicia. Nos hacía sentir que, a pesar de la situación difícil que el
protagonista estaba viviendo, sucedería algo que haría cambiar las cosas. Algo
mágico…
Un acontecimiento reseñable desde la Psicología Humanista y, en concreto, desde el Análisis Transaccional, es la incorporación que hacemos de esta fantasía “mágica” a nuestras vidas. Como si un resquicio de esas “historias de niños” realmente conformara nuestro propio camino.
Un acontecimiento reseñable desde la Psicología Humanista y, en concreto, desde el Análisis Transaccional, es la incorporación que hacemos de esta fantasía “mágica” a nuestras vidas. Como si un resquicio de esas “historias de niños” realmente conformara nuestro propio camino.

Curiosamente, la de los protagonistas de nuestros cuentos tampoco lo es. ¿O acaso era fácil la vida de una chica que tenía que ser la criada de su malvada madrastra y sus caprichosas hermanastras? ¿O la de un patito del que todos se reían por no ser igual que los demás? ¿O el de una niña a la que su madrastra quiere matar por ser la más bella? Quizá por eso nos resultaron significativos estos personajes. De alguna manera, sintonizamos con alguno de ellos, lo convertimos en nuestro favorito, y su historia en la que más nos gustaba leer. Y, sobre todo, nos gustaba porque existía una feliz solución al conflicto que sucedía.
Sin olvidar que el guion lo vamos conformando en nuestra más temprana infancia, no es de extrañar que, como ocurre en los cuentos, uno de los elementos que lo sostiene es la idea de que, al final, sucederá algo que nos liberará de él y del sufrimiento que nos genera. Por ejemplo, que ese chico tímido conocerá a alguien que le querrá y le hará ver lo valioso que es; o que la chica rebelde con piercing finalmente encontrará un trabajo donde su imagen y talento será valorados, y sus padres se darán cuenta de que estaban equivocados con ella; o que el ejecutivo podrá disfrutar de una jubilación llena de viajes y lujos donde encontrará a una mujer maravillosa que le quiera. Sin embargo… ¿qué tienen en común todos estos finales? ¿Qué tienen en común con los finales de cuento? Que mientras mantengamos esa fantasía, no nos haremos responsables de nuestro propio guion de vida. José Luis Martorell, en su libro El guion de vida, sostiene que la “ilusión de libertad defiende de la desesperación y la depresión que puedan surgir al verse presa de un guión” (p. 156) y, a su vez, nos evita hacernos responsables del mismo, ya que algo mágico sucederá y nos liberará del malestar. Nos angustiaría mucho pensar que ese chico tímido no consigue encontrar a nadie que le valore; que la chica rebelde no logra encajar en ningún trabajo; o que el ejecutivo pasa el final de su vida solo… Es demasiado doloroso, aunque puede ser el trágico final de unos guiones tan limitantes… porque ¿qué habría pasado con Cenicienta si no la busca el príncipe; si el patito feo no es un cisne, sino realmente un ave poco agraciada; o si Blancanieves no es rescatada por los enanitos ni besada por el príncipe?
No confundamos esta fantasía con la ilusión. Es maravilloso tener deseos e ilusiones. Es motor de la vida. La clave para diferenciarlas de esta fantasía reside en tomar conciencia de en qué medida está ilusión es precisamente ese motor de vida o, por el contrario, nos sirve para no responsabilizamos de nosotros y de nuestro bienestar.
Tampoco interpretemos la responsabilidad sobre nuestra vida como una idea de autosuficiencia férrea mal entendida, en la que no nos podemos permitir pedir ayuda a los demás (eso también es dañino y limitante). Hay una diferencia abismal entre pedir ayuda y esperar a que alguien "nos salve". En el primer caso, estamos siendo dueños de nosotros y de buscar nuestro equilibrio... y eso... eso es responsabilidad.
Por eso, porque tenemos derecho a crear nuestra felicidad, me gustaría finalizar este post imaginando cómo habría sido la historia de uno de nuestros personajes de cuento si, en lugar de depender de la llegada de algo o alguien que la salve de su drama (ya que eso puede suceder o no), se hubiera responsabilizado de su vida.

Todos tenemos derecho no sólo a un final feliz, sino a una historia de vida plena. Y nadie más que uno mismo puede escribirla.
¡Feliz verano!
REFERENCIAS:
Martorell, J.L. (2000). El guión de vida. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, S.A.
Colaboración fotográfica de JAGFotografía www.jagfotografia.es