Siempre me han gustado las postales. Pequeñas muestras del viaje que recogen una o varias fotografías del lugar, acompañadas por unas líneas que confirman lo maravilloso de lo reflejado en las imágenes. Uno las envía como muestra de que, a pesar de la distancia, recuerda a aquel que se encuentra en otro punto del planeta y quiere compartir con él su experiencia de ese viaje. Y aquel que la recibe, se siente un poquito más cerca del otro y de ese lugar, pudiendo llegar a cerrar los ojos y sentirse allí.

Aquí me gustaría iros dejando pequeñas “postales” de mi viaje de la vida. Mis reflexiones y aprendizajes, acompañadas -como toda postal- de fotografías… mis fotografías. Porque mi percepción del mundo no es sólo aquello expreso con palabras sino aquello que reflejo con mis imágenes.

Espero que las disfrutéis…

viernes, 18 de septiembre de 2015

Hablando de emociones me pongo "Del revés"







Hablando de emociones me pongo “Del revés”


“Inside out”, “Del revés”, literalmente “de dentro a fuera”... ¿o debería ser "de fuera a dentro"? También sería un buen título porque, para mí, esta película ha constituido un hito en el camino de la educación emocional, al conseguir que el mundo parara y, por una vez, dejara de mirar hacia fuera, para mirar un poco hacia dentro. Estoy segura de que, si la has visto, has empezado a hablar de tu "muñequito de la rabia” o del de tu alegría,…  Me encantaba ir por el metro y ver los carteles de promoción, donde aparecían los diferentes personajes de la película, y al lado la foto de una persona expresando la emoción que representan. Y eso, al fin y al cabo, es inteligencia emocional: identificar sensaciones, poner nombre a lo que sentimos, distinguir una emoción de otra… En otras palabras, tener consciencia sobre las emociones para poder “relacionarnos” con ellas de una manera saludable para nosotros.

Estaba deseando ver la película y confieso que he ido dos veces a verla. La primera vez que la vi sentí que necesitaba repetir para poder extraer la mayor parte posible de su riqueza. Aunque sea una película de animación, el contenido no se ha tratado en absoluto de una manera simplificada. Es más, habría que aplaudir la capacidad del director y de los guionistas para abarcar tantas cuestiones sobre la psique humana y las relaciones entre ellas. Es cierto que ha podido quedar pendiente profundizar en muchos aspectos y que algunos se han mostrado de una manera sencilla, pero no podemos olvidar que se está tratando de explicar algo muy complejo, a lo que se ha dedicado siglos de estudio, y sobre lo que existen diferentes teorías, en ¡94 minutos! Y encima de una manera apta para todos los públicos. Hace poco leí una crítica que, en mi opinión, resume esta virtuosidad de la que estoy hablando. Decía que “es una película densa y conceptual de una ligereza que alegra el día” (Sergi Sánchez).

Por todo ello, mi intención aquí es compartir mi vivencia como espectadora y terapeuta y, en la medida de lo posible, aportar mi granito de arena. Resaltaré aquellos aspectos que para mí han sido clave y, a su vez, llamaré la atención sobre aquellos que han podido pasar más desapercibidos, y que estimo igualmente relevantes.

Desde que se estrenó, he esperado para escribir este post con el fin de dar tiempo a que la película se conociera pero, si aún no la has visto, me gustaría avisarte de que quizá mis reflexiones sean un spoiler. Te animo a que primero la veas y, de paso, saques tus propias conclusiones.

Como ya he comentado, el gran éxito de la película, para mí, ha sido poder ver a un grupo de amigos o familiares hablando sobre emociones al salir del cine (de lo que han entendido y no han entendido, de los contenidos con los que se han sentido identificados, etc.), e incluso intentando dar respuestas a las preguntas de sus hijos o sobrinos. Fue emocionante porque… ¿cuántas veces sucede eso? ¿Solemos hablar de emociones habitualmente? ¿Lo hacemos con naturalidad?



La película relata un duelo y, efectivamente, los duelos tienen mucho componente emocional. Suelen estar asociados a fallecimientos, pero significan mucho más. Hacen referencia a cualquier tipo de pérdida: de un lugar, de un objeto muy preciado, e incluso de una etapa. Y ésta es precisamente la pérdida de Riley, la protagonista: una etapa de su vida, con las pérdidas que, a su vez, eso conlleva (casa, colegio, amigos,…).

En los duelos, la emoción por excelencia es la tristeza. Su función es elaborar el vacío que sentimos ante la pérdida y, así, estar preparados para abrirnos a nuevas experiencias, a nuevas relaciones, a nuevos lugares... Sin embargo, la tristeza no es la única emoción que sentimos cuando estamos atravesando un duelo. Es bastante probable que sintamos rabia. La rabia es la emoción que experimentamos ante las injusticias, agresiones o frustración (por ejemplo, en el caso de Riley, podría existir enfado hacia los padres por haber decidido trasladarse de ciudad y,  seguramente, también se frustrara al ver su nueva casa, o al no tener sus cosas). Por último, además de la rabia y la tristeza, también podemos sentir miedo. Esta emoción está presente en los duelos cuando nos preguntamos cosas tales como “¿Qué va a ser de mí?” “¿Podré superar esto?” “¿Cómo será mi vida a partir de ahora?” Quizá Riley se preguntara, por ejemplo, si sus nuevos compañeros la aceptarían, o si podría volver a tener amigos. Hablando del miedo en los duelos, considero que uno de los temas pendientes de la película es profundizar en esta emoción, trascendiendo su función lógica de protección ante los peligros, para llegar a su dimensión más profunda y existencial.

A veces, los seres humanos tendemos a bloquear o reprimir algunas emociones. Esto ocurre porque a lo largo de nuestra vida hemos ido aprendiendo que esas emociones "no son buenas", o "no son correctas", o "no se deben sentir", o incluso "otras personas tienen mucho miedo cuando yo las siento". Ante eso, es mejor sentir otra emoción que "sí es buena", o "correcta", o "no da tanto miedo". ¿Alguna vez has oído eso de "los niños no lloran"?  

Cuando una emoción se bloquea o reprime, toma protagonismo otra (u otras). Lo que sucede es que su expresión no es coherente con lo que realmente se necesita, por lo que no es posible elaborarlo ni atenderlo de manera adecuada. Por ejemplo, si los niños no 
pueden llorar pero sí enfadarse (y mostrar fuerza), cada vez que estén ante algo que les movilice tristeza, automáticamente se enfadarán. Esto se conoce, en Análisis Transaccional, como "emociones prohibidas" y "emociones permitidas".  En la película, Tristeza apenas se ha expresado en la vida de Riley. Alegría está al mando y no la deja intervenir "porque Riley no puede estar triste, es algo malo para ella". Lo que ocurre es que, ante la pérdida, la protagonista necesitaba llorar, acoger su vacío… y hasta que no pudo expresarlo, no consiguió ir elaborando el duelo y abrirse a la nueva etapa. La tristeza era necesaria.


La tristeza era necesaria. Sin duda el gran mensaje de la película. Vivimos en una sociedad donde solemos huir del dolor y de las emociones desagradables. Sin embargo, olvidamos algo fundamental y es que todas son necesarias para vivir. Todas tienen la función de garantizar el bienestar. En el caso de la película, gracias a la expresión de la tristeza, Riley no sólo pudo despedirse de su etapa anterior y abrirse a una nueva, sino también permitirse vivir la experiencia de crecimiento que eso supone. Las emociones no son malas, la clave está en cómo nos relacionemos con ellas. Bloquearlas, no ser conscientes, o instalarnos en ellas son algunas de las cosas que pueden resultar perjudiciales para nosotros.

Otra de las grandes aportaciones de la película es la idea de que las emociones pueden coexisitir, es decir, se pueden estar sintiendo a la vez emociones tan aparentemente contradictorias como alegría y tristeza... Cuando somos niños, nuestras experiencias se viven y comprenden en términos de polariades: bueno/malo, odio/amor, alegría/tristeza… Conforme crecemos, vamos desarrollando (en la medida de lo posible) la capacidad de integración, pudiendo entender aspectos tales como que una misma persona puede hacer buenas y malas acciones, o que se puede querer a alguien y estar enfadado con él al mismo tiempo. En la película, esa integración se representa en Riley durante una experiencia de amor, cuando sus padres le dicen que la comprenden, que ellos también sienten cosas parecidas y la abrazan mientras ella expresa su dolor . ¿Os acordáis que las bolas de los recuerdos empiezan a tener colores mezclados? Riley está sintiendo alegría y tristeza a la vez.


Precisamente es del amor de lo que me gustaría hablar para cerrar este post. Gracias a la vivencia de amor, Riley siente que sus emociones son legítimas. Gracias a ese amor puede ir elaborando el duelo. Gracias a ese amor, puede integrar emociones. Gracias a ese amor Riley puede permitirse ser ella, sin ser juzgada por lo que siente, superar circunstancias dolorosas y crecer. Gracias a ese amor puede quererse a sí misma siendo como es. 

Dada la relevancia que tiene, consideraba que era preciso llamar la atención sobre él de una manera mucho más explícita de lo que en la película se hace. De hecho, hay teorías que lo contemplan como una emoción básica también, junto con las que aparecen en la película. En cualquier caso, sobre todo deseo destacarlo porque, en definitiva, es construyendo ese amor incondicional dentro de nosotros y hacia nosotros como podemos ir reparando nuestras heridas, lograr paz y poder amar incondicionalmente a los demás.



miércoles, 8 de julio de 2015

La magia del verano







La magia del verano


Levantarse a las doce. Quedarse embobado mirando las aspas del ventilador. Dormir con las ventanas abiertas. La luz de las velas. Desayunar viendo la tele. Gente riéndose en la terraza del bar de abajo. Ruido de una guitarra en el parque. Gritar cuando alguien te echa agua. Bajar las persianas a medio día. Las tormentas. Tumbarse a mirar las estrellas. Ver el atardecer. Las cortinas bailando con el aire. Un helado de chocolate. Tirarse a bomba en la piscina. Que la ropa se seque en seguida. Mordisquear un cubito de hielo. Leer una novela. Pasear por la noche. Lucir gafas de sol. Correr porque se acerca una avispa. Desactivar la alarma del despertador. El gazpacho. Quedarse en las puertas de las tiendas porque da el aire acondicionado. Las fiestas de los pueblos. Bañarse a la luz de la luna. Echarse la siesta. Meter la jarra de cerveza en el congelador. Estar relajado. La horchata. Ir a oscuras por la casa. Fotos de pies en la playa. Escuchar tu música favorita. Jugar con los pequeños. Mirar por la ventana a media noche. El granizado de limón. Huir de las medusas. Cenar de día. Flotar en el agua. Dormir destapado. Que te echen protector solar por la espalda. El ruido de los grillos. Jugar con las olas. Contemplar los rayos de sol que entran por los agujeritos de la persiana. Bailar el Paquito el chocolatero. Las conversaciones nocturnas. Recibir noticias de un amigo que se ha ido de viaje. Meter los pies en el agua. El silencio de las tres de la tarde. Que salga volando la sombrilla. Ver películas antiguas. Contemplar las luces de la ciudad. El sonido de un abanico. Madrugar y que haya amanecido. Volver al pueblo. Caminar descalzo por el césped. El café con hielo. Imaginar nuevos proyectos. Que te hagan aguadillas. Ducharse con agua casi fría. Que el aperitivo pase a ser diario. Caminar por la orilla del mar. Las chanclas. Ver los fuegos artificiales. Bucear. Comer sandía. Ponerse un sombrero. Engancharse a la programación de verano. El placer de mojarse la nuca. Descubrir sitios nuevos. Intentar hablar con un guiri. Cerrar los ojos y sentir el olor que te recuerda a tu infancia. Ir al campo. Fregar el suelo y que esté seco al instante. El ruido de los pájaros al amanecer. Hacer castillos en la arena. Asustarse porque un alga se ha enredado en tu pie. Tener más tiempo para estar con las personas que quieres…

… porque el verano también se siente en las pequeñas cosas y TODOS podemos encontrar su magia en ellas… 

Y a ti ¿qué pequeñas cosas te hacen sentir la magia del verano?

Fotografía de Gema S. Nájera       www.lamiradadegema.es



miércoles, 20 de mayo de 2015

Hablando de... EMOCIONES










Hablando de... EMOCIONES


¿Alguna vez has pensado qué sucedería si no sintieras? ¿Cómo serían tus días si no rieras, si no te enfadaras, si no lloraras? ¿Alguna vez has pensado cómo sería mirar un atardecer sin sobrecogerte, o despedirte de alguien a quien quieres sin entristecerte?

Quizá, de entrada, te surgiera pensar que la vida sería más fácil sin emociones pero, si profundizaras un poco más, puede que a veces llegaras a ver una vida gris, incompleta… hasta el punto que dudarías de la posibilidad de hablar de felicidad porque… ¿cómo podrías buscar una solución a un problema si no te incomodara la situación?, ¿cómo serían tus recuerdos sin sentir nada al evocarlos?, ¿cómo vivirías sin amar?


Sí, las emociones forman parte de nuestra vida. Están ahí para garantizarla y favorecerla. Su función es permitir adaptarnos, tanto a lo que sucede a nuestro alrededor (por ejemplo, una mala noticia), como a lo que pasa en nuestro interior (el recuerdo de un ser querido que falleció). Así, el miedo nos permite estar en altera ante un peligro; la alegría, sentirnos valiosos y tener esperanza; el enfado, reaccionar ante una situación que estimamos injusta, etc. Incluso yo iría más allá y diría que las emociones nos hacen evolucionar. Por ejemplo, la tristeza que experimentamos por una pérdida (una ruptura, un despido, un fallecimiento…) nos predispone a un estado de introspección, el cual puede constituir una oportunidad para conectar con nuestros valores y plantearnos el sentido de nuestra existencia. De este modo, podremos continuar viviendo en mayor coherencia con ellos, y recordar de una manera más consciente qué es lo realmente importante para nosotros, y qué nos hace sentir seres humanos plenos y en paz.

En el camino hacia el bienestar, la clave a tener en cuenta, por tanto, no reside tanto en la emoción en sí, sino en cómo es nuestra vivencia de la misma. Ante una pérdida, alguien puede quedarse invadido por la tristeza y no seguir con su vida; reaccionar mediante la ejecución ansiosa de actividades para “no conectar con el dolor”; o vivirlo con paz y serenidad. El curso natural de la emoción pasa por el sentir y por el hacer. Una alteración en dicho proceso, bloqueándonos en cualquiera de las dos fases, es lo que nos puede generar malestar. Son las emociones no sentidas, excesivas o crónicamente retenidas las que nos generan sufrimiento. 

El comienzo de este camino consiste en explorar y tomar conciencia de nuestra “historia 
emocional”, para poder descubrir cómo es nuestro sentir genuino y cómo hemos aprendido a vivir las emociones. Desde esta consciencia es desde donde podremos ir construyendo un poder interior que nos permita vivenciar el curso natural de la emoción y experimentarlo como parte del bienestar, incluso cuando se trate de emociones desagradables. Sucede que, en muchas ocasiones, cuando hablamos de gestión y regulación emocional, muchas personas demandan información sobre estrategias para controlar lo que sienten, como si se tratara de una manera de encontrar recursos “para no sentir” o decidir “cuándo hacerlo”. Es importante no confundir el control con el poder sobre las emociones. Si bien el primero, entendido de la forma en la que lo acabo de plantear, surge desde el miedo y el rechazo a la vivencia de cada uno; el poder implica el desarrollo no sólo de consciencia sobre nuestra manera de sentir, sino también aceptación y respeto. Y esta diferencia es fundamental porque, para mí, siguiendo los planteamientos de Rogers, sólo desde la aceptación y el amor hacia uno mismo, sólo desde ahí... es posible la transformación.

Y como hablar de emociones no es más que el intento utópico de aproximarnos a la magia de lo intangible, no se me ocurre mejor forma de cerrar este escrito que provocando alguna sensación. Y para ello, te propongo escuchar esta canción (dale al play). Una canción que nos recuerda que todo lo que nos da la vida, incluso la risa y el llano, es necesario. Gracias a la vida.





martes, 30 de diciembre de 2014

Con permiso...

Con permiso…


Con permiso me dirijo a ustedes, con permiso después de bastante tiempo… Y es que sí, he estado un poco ausente por aquí, pero ha sido con permiso…

Con permiso de alguien que me quiere, me respeta, me cuida. Alguien que me deja fallar, que me da eternas oportunidades, como veces un padre suelta al bebé que está aprendiendo a caminar. Alguien que sabe lo importante que es para mí valorar el tiempo, atender mis ritmos. El funámbulo que suda cada gota del equilibrio entre trabajo, familia, amigos y uno mismo. Alguien que conoce mis defectos y me ama aún más por ellos. Que conoce mis límites y los valora como fronteras que protegen un lugar paradisíaco. Alguien que se queda en vela por mí, que también está aprendiendo… Alguien... Simplemente… YO

He tenido permiso para no forzarme hasta la extenuación, escribir cuando mi corazón y mis manos me lo han pedido, y dedicar mi tiempo de descanso precisamente a eso: DESCANSAR. El permiso de descansar. Un logro, una conquista. Así y sólo así, se incorpora el permiso de trabajar, tan sólo por el simple hecho de contar con un antagónico que le dé pleno significado.

Pero esos permisos emergen cuando se incorpora uno aún más profundo. Esencia. Raíz. Permiso para vivir.

Miro a mi alrededor, conozco la intimidad de los seres humanos, y tristemente descubro que, cada vez más, somos presa de un miedo existencial, desde el cual no somos capaces de conectar con el permiso, con el derecho a la vida. Luchamos constantemente por demostrar que “somos válidos” como trabajadores, como padres, como parejas, como amigos… O nos aislamos de eso para protegernos de tal sufrimiento, entrando en una burbuja que intenta engañarnos del dolor de nuestra soledad. No nos perdonamos nuestros errores, no somos dignos de amor. Te persigo, te juzgo, te agredo porque es tal mi maltrato interior que rebosa por mis poros y mancha todo… Y así, como la tinta sobre el agua, esa falta de permiso para la vida se perpetúa, se expande, nos cubre, nos asfixia…

Sin permiso a la vida, buscamos con ansia alguien que la complete, que le dé sentido y nos conecte con alegría interior. Buscamos llenar nuestros bolsillos con mucho dinero, comprarnos el coche más moderno, viajar al lugar más exótico para tener nuestros “chutes de felicidad”. Nos sentimos mal cuando nos ayudan, si alguien nos hace un favor. Y luego, cuando nos damos cuenta de todo esto, no nos perdonamos ansiarlo y depender de ello, cuando paradójicamente el permiso a la vida implica aceptar nuestra condición de seres imperfectos con grandes necesidades.

Quizá el permiso nos asuste. Nos inunde la incertidumbre y el pensamiento castatrofista encargado de boicotearlo. Miedo a qué pasará. A que alguien nos haga daño porque su permiso es lo más importante. Miedo a hacer daño, porque nuestro permiso es lo más importante. Miedo… miedo… miedo… Olvidándonos de que el permiso es la madre que acuna el temor cuando llora. El permiso realmente ES cuando surge desde el amor. Y sólo desde el amor podemos mirarnos y mirar al otro.

Por eso, para este nuevo año que está a punto de comenzar, os deseo todo ese amor que construye el permiso para la vida y que suponga ánimo para seguir aún cuando sentimos que no tenemos nada. Permiso para disfrutar de las cosas que son un regalo y a la vez esencia de vida: un atardecer, la alegría de tu perro cuando llegas a casa, un paseo en una noche de verano, una sonrisa de alguien que te deja pasar, la música del violinista de la calle Preciados, el “¿te echo más?” de tu abuela, jugar al escondite con tu sobrino. Permiso para sonreír, para llorar, para ser. Para darnos al resto el regalo de un mundo que es porque estás tú.




Fotografía de bebé cedida por el fotógrafo Javier Ales, del grupo fotográfico 3dfoto:
www.jagfotografia.es
www.3dfoto.es




lunes, 15 de septiembre de 2014

En relación con...




En relación con…


Los seres humanos estamos continuamente en relación con los demás. Desde que nos levantamos, interactuamos con diferentes personas: nuestra pareja, ese conductor del bus que siempre nos espera cuando vamos corriendo, el compañero de trabajo impertinente, nuestro mejor amigo, el jefe que pide trabajo urgente justo a la hora de salir, nuestros hijos,… En esa relación con los demás, entran en juego muchos elementos que influyen en nuestro estado emocional. Nos comunicamos, nos enfadamos, nos retraemos, nos reconciliamos,… Conocer esos elementos y la manera en que nos afectan resulta clave para lograr unas relaciones saludables, unas relaciones desde y con bienestar.

Somos seres sociales. Entre nuestras necesidades psicológicas básicas, está la de reconocimiento. Todos necesitamos que el otro nos transmita de alguna forma que existimos, que nos tiene en cuenta. Una palabra de ánimo, una mirada de aprobación o un abrazo son formas de expresión de reconocimiento. La expresión más saludable de satisfacción de esta necesidad implica amor y respeto. Sin embargo, no siempre obtenemos cariño, ni nos felicitan por nuestro trabajo, ni nos espera el conductor del bus. Pero, curiosamente, preferimos eso a no obtener ningún tipo de respuesta. Es mejor obtener una mala contestación que no tener ninguna. Cuando alguien me dice que le caigo mal no soy indiferente para esa persona, pero si me ignora ¿existo?

A pesar de que prefiramos un reconocimiento negativo a ninguno, cuando lo experimentamos
nuestras reacciones pueden ser variadas, desde el enfado, hasta la culpa, el bloqueo o incluso el aislamiento (evitar el contacto con los demás). Estas reacciones pueden generarnos sufrimiento. Conocerlas, comprenderlas y aceptarlas son los primeros pasos en el camino de la transformación. Es importante que entendamos qué es lo que nos hace reaccionar así, por qué y para qué lo hacemos. Y así lograr querernos a nosotros mismos incluso, y sobre todo, con aquellos aspectos que menos nos gustan. La clave de una relación saludable con los demás está en comenzar por crear una relación saludable con uno mismo.

Cuando nos relacionamos con el otro, entran en juego, no sólo mis necesidades, mis deseos, mis conflictos sino también las necesidades, deseos y conflictos de la otra persona, de manera que se conjugan una serie de variables sobre las que hay que poner conciencia para que no nos reporten malestar. Uno de los espacios donde podemos comenzar a poner conciencia sobre tales aspectos es en la comunicación.



Según la teoría del Análisis Transaccional, en toda comunicación existen dos niveles: el social y el psicológico. El nivel social está compuesto por los mensajes que emitimos verbalmente; mientras que el nivel psicológico está formado por los mensajes que transmitimos con el lenguaje no verbal (gestos, entonación…). En el nivel psicológico, reside la intención que tenemos en esa comunicación, es decir, qué buscamos con ella (generar confianza, recriminar por algo, caer bien, hacernos respetar, etc.). Gran parte de los problemas de comunicación que existen se deben a una falta de coincidencia entre el nivel social y el psicológico y, sobre todo, a una falta de conciencia sobre de lo que transmitimos en el nivel psicológico. Imaginemos una pareja en la que la mujer le pregunta al marido “¿Qué has hecho con mis calcetines?”, a lo que él responde “Los he puesto en el cajón”. En principio, no tendría que haber conflicto, pero qué podría suceder si en esta conversación sucede lo siguiente:
 
- Mujer (duramente, músculos faciales tensos, frunciendo el ceño): ¿Qué has hecho con mis calcetines?
- Marido (voz temblorosa, actitud defensiva y desafiante): Los he puesto en tu cajón.

Parece que la cosa cambia. Se podría hablar incluso del comienzo de una discusión. Aquí se puede observar cómo lo que se transmite a nivel psicológico se aleja mucho de lo que se dice a nivel social. Por ejemplo, aventurándonos a poner hipótesis, los mensajes a nivel psicológico podrían ser:

- Mujer: (¡Estás siempre desordenando mis cosas!)
- Marido: (¡A mí no me hables en ese tono, encima que hice la colada!).

Por tanto, otro de los pasos en el camino hacia la creación de relaciones saludables consiste en tomar conciencia de tales mensajes, para de este modo, poder atenderlos y no entrar en el juego de conflicto que desencadena. 

Todos tenemos necesidades, experimentamos dificultades de comunicación en algunas ocasiones, y nos hemos visto a veces ante relaciones que no nos reportan bienestar. Por eso, como terapeuta, considero que es fundamental crear un espacio donde abordar este tema, sin más propósito que buscar el camino hacia nuestro bienestar… porque nos merecemos caminar por él. Y con este propósito, he organizado el Taller de Relaciones Saludables junto con mi colega y amiga Rocío Algar, para el próximo octubre. Un espacio donde poder poner luz a aquellos aspectos que nos preocupan o nos inquietan de la relación con los demás, donde poder expresar sin sentirse juzgado, donde poder intercambiar ideas sin más pretensión que el enriquecimiento mutuo, donde poder adquirir herramientas que nos aporten mayor bienestar, donde poder ser NOSOTROS.

Si estás interesado en profundizar en este tema, ponte en contacto con nosotras.


(click aquí para ver más grande)


REFERENCIAS:

Fotografía de "La Mirada de Gema": www.lamiradadegema.es


miércoles, 25 de junio de 2014

Finales de cuento


Finales de cuento

¡Cómo nos gustaban los finales de los cuentos! Leemos esas historias ahora, siendo adultos y, como por arte de magia, nos trasladamos a nuestra habitación llena de juguetes y nos visualizamos con nuestro atuendo de un niño de ¿cuántos? ¿Cuatro o cinco años? Nos encantaba ver cómo Cenicienta se ponía su zapato de cristal y podía así caminar hacia un destino feliz lejos de su madrastra y hermanastras. Disfrutábamos viendo cómo el Patito Feo se convertía en un hermoso cisne y era admirado por todos aquellos que antes lo denostaron. O cómo el príncipe sacaba a Blancanieves de su sueño eterno gracias a un beso. Nos encantaba que al final ganaran los buenos. Que la princesa fuera salvada o que al final se hiciera justicia. Nos hacía sentir que, a pesar de la situación difícil que el protagonista estaba viviendo, sucedería algo que haría cambiar las cosas. Algo mágico…

Un acontecimiento reseñable desde la Psicología Humanista y, en concreto, desde el Análisis Transaccional, es la incorporación que hacemos de esta fantasía “mágica” a nuestras vidas. Como si un resquicio de esas “historias de niños” realmente conformara nuestro propio camino.

Según esta teoría, desde que nacemos vamos “escribiendo” el guion de lo que será nuestra vida. Cuando somos bebés, además de alimento, necesitamos reconocimiento para existir. Que el otro me transmita que yo existo porque no soy indiferente para él. Y así, vamos observando de qué formas los “mayores” (especialmente, nuestros padres o figuras de apego) nos dan ese mensaje. Qué sutilezas de su comportamiento nos dicen si somos válidos para hacer lo que nos propongamos o no, si merecemos ser felices o no, si podemos disfrutar o no… Estamos muy atentos a todo ello, al fin y al cabo necesitamos conocer quiénes somos y validar el hecho de haber nacido. Y, poco a poco, de esta forma, vamos creando el personaje que mejor se ajusta a todos esos mensajes, algunos explícitos, otros muchos no tanto, para así formar parte, de la mejor manera posible, del entorno en el que hemos nacido. Muchas veces, ese personaje no es un superhéroe, sino un chico tímido al que protegen cada vez que se pone colorado. O una chica rebelde llena de piercing a la que no paran de castigar, siendo esa la única forma de relación con unos padres muy ocupados. O un ejecutivo estresado del que su familia está muy orgullosa porque ha llegado a ser jefe de la empresa. No, no siempre el personaje es un superhéroe, ni su guión el de una historia fácil. Es más, en la mayor parte de las ocasiones, sucede que nuestro guion, la historia que nos creamos de lo que va a ser nuestra vida, no es agradable...

Curiosamente, la de los protagonistas de nuestros cuentos tampoco lo es. ¿O acaso era fácil la vida de una chica que tenía que ser la criada de su malvada madrastra y sus caprichosas hermanastras? ¿O la de un patito del que todos se reían por no ser igual que los demás? ¿O el de una niña a la que su madrastra quiere matar por ser la más bella? Quizá por eso nos resultaron significativos estos personajes. De alguna manera, sintonizamos con alguno de ellos, lo convertimos en nuestro favorito, y su historia en la que más nos gustaba leer. Y, sobre todo, nos gustaba porque existía una feliz solución al conflicto que sucedía.

Sin olvidar que el guion lo vamos conformando en nuestra más temprana infancia, no es de extrañar que, como ocurre en los cuentos, uno de los elementos que lo sostiene es la idea de que, al final, sucederá algo que nos liberará de él y del sufrimiento que nos genera. Por ejemplo, que ese chico tímido conocerá a alguien que le querrá y le hará ver lo valioso que es; o que la chica rebelde con piercing finalmente encontrará un trabajo donde su imagen y talento será valorados, y sus padres se darán cuenta de que estaban equivocados con ella; o que el ejecutivo podrá disfrutar de una jubilación llena de viajes y lujos donde encontrará a una mujer maravillosa que le quiera. Sin embargo… ¿qué tienen en común todos estos finales? ¿Qué tienen en común con los finales de cuento? Que mientras mantengamos esa fantasía, no nos haremos responsables de nuestro propio guion de vida. José Luis Martorell, en su libro El guion de vida, sostiene que la “ilusión de libertad defiende de la desesperación y la depresión que puedan surgir al verse presa de un guión” (p. 156) y, a su vez, nos evita hacernos responsables del mismo, ya que algo mágico sucederá y nos liberará del malestar. Nos angustiaría mucho pensar que ese chico tímido no consigue encontrar a nadie que le valore; que la chica rebelde no logra encajar en ningún trabajo; o que el ejecutivo pasa el final de su vida solo… Es demasiado doloroso, aunque puede ser el trágico final de unos guiones tan limitantes… porque ¿qué habría pasado con Cenicienta si no la busca el príncipe; si el patito feo no es un cisne, sino realmente un ave poco agraciada; o si Blancanieves no es rescatada por los enanitos ni besada por el príncipe?

No confundamos esta fantasía con la ilusión. Es maravilloso tener deseos e ilusiones. Es motor de la vida. La clave para diferenciarlas de esta fantasía reside en tomar conciencia de en qué medida está ilusión es precisamente ese motor de vida o, por el contrario, nos sirve para no responsabilizamos de nosotros y de nuestro bienestar.

Tampoco interpretemos la responsabilidad sobre nuestra vida como una idea de autosuficiencia férrea mal entendida, en la que no nos podemos permitir pedir ayuda a los demás (eso también es dañino y limitante). Hay una diferencia abismal entre pedir ayuda y esperar a que alguien "nos salve". En el primer caso,  estamos siendo dueños de nosotros y de buscar nuestro equilibrio... y eso... eso es responsabilidad.

Por eso, porque tenemos derecho a crear nuestra felicidad, me gustaría finalizar este post imaginando cómo habría sido la historia de uno de nuestros personajes de cuento si, en lugar de depender de la llegada de algo o alguien que la salve de su drama (ya que eso puede suceder o no), se hubiera responsabilizado de su vida.

Cenicienta, cada mañana miraba por su ventana y veía un mundo por descubrir y del que disfrutar. Ella tenía derecho a ser feliz, a salir de aquel “encierro” de servidumbre. Así que decidió, poco a poco, ir buscando la forma de lograr ser libre y valerse por sí misma. Cada día que iba al mercado a comprar comida, empezó a hablar con gente nueva, a relacionarse con los demás, a pedirles ayuda. Finalmente, empezó a trabajar en uno de los puestos. Con el dinero que ganaba podía pagarse la habitación en la que vivía. Por fin era libre. Y eso le hacía tan, tan feliz. Después de trabajar, al no tener que servir a nadie, pudo retomar sus estudios y finalmente se convirtió en maestra. Se sentía muy realizada enseñando a los demás, viendo cómo los pequeños iban creciendo en armonía y sabiduría. Se sentía plena. Un buen día, al llegar a la escuela recibió una invitación de palacio… Era para un baile … Y todas las doncellas casaderas habrían de ir… 
  

Todos tenemos derecho no sólo a un final feliz, sino a una historia de vida plena. Y nadie más que uno mismo puede escribirla.

¡Feliz verano!




REFERENCIAS:

Martorell, J.L. (2000). El guión de vida. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, S.A.
Colaboración fotográfica de JAGFotografía www.jagfotografia.es